nothing lasts forever...

sábado, 15 de mayo de 2010

You make me feel


Todas las mañanas recorría el mismo camino hacia el mercado para conseguir jazmines frescos. Este camino, el único desde el palacio al mercado, le hacía atravesar una parte de la ciudad que se particularizaba por estar siempre inundada. La princesa, hábil ya en el arte de sortear los pequeños charcos que aparecían en su camino, caminaba distraída, absorta en sus pensamientos. Tan entretenida estaba con sus ocurrencias que no reparó en el inmenso charco que había unos pocos metros delante y de no ser por su atenta acompañante, se hubiese introducido en el por completo.
La princesa, perpleja por semejante situación, meditó largo rato acerca de las posibles formas de evitarlo, dado que era imposible bordearlo. Sin embargo, resolvió que las alternativas posibles eran peores que la que tenía delante, así que, decidida como era, se estaba disponiendo a atravesarlo cuando un artesano que vivía en esa misma calle la vio.  

En un primer momento no reparo en quien era, simplemente quedo maravillado por su belleza y osadía. Ninguna dama, de ninguna clase, se atrevería a atravesar semejante charco exponiéndose no solo a mojarse sino también a arruinar sus hermosos vestidos y sus zapatos. El artesano, sin más miramientos y olvidando las florituras necesarias para referirse a una mujer de su clase grito: -espere!-. Ella, sorprendida, suspendió la casi inminente introducción de su pequeño pie en el charco y se volteo  para ver quien la estaba incordiando.
"Es aún más hermosa de lo que había imaginado" pensó. Avergonzado por su modo de proceder y por ser el objeto de la penetrante mirada de aquella dama, bajo la vista y se sonrojo.
La princesa, sorprendida del atrevimiento  de aquel artesano, se acercó a él y le pregunto que como osaba a dirigirse hacia ella de ese modo. Este contesto que la había estado observando y vio que se disponía a atravesar el charco, así que debía detenerla antes de que lo hiciera. Se disculpó por haber procedido de manera tan grosera. El artesano quería dejar de hablar, creía que no tenía el control de lo que decía;  estaba demasiado nervioso como para pensar o meditar siquiera sus palabras, y sobre todo como para seguir formalismos; pero más que nada, quería escuchar su voz, que no era particularmente armoniosa, sin embargo en ella había algo, algo que la hacía única, algo que definitivamente hacia que sea perfecta para su dueña. Así que lo último que atinó a decir fue que si ella se lo permitía, sería más que dichoso al ayudarla.
Ella, henchida de orgullo y sobrevalorando su autosuficiencia rechazo la ayuda de aquel vulgar sujeto, se dio media vuelta y volvió a posicionarse en el borde del charco. Estaba juntando coraje para atravesarlo. No le temía al agua, ni a mojarse o ensuciarse, pero sabía que la vuelta a casa no iba a ser placentera. Aun así quería sus flores más que nada en este mundo, ellas hacían que su día no fuese gris, iluminaban sus estancias y perfumaban su alma. No, no iba a renunciar a lo único que amaba en este mundo. Tenía que cruzar el charco de cualquier manera. ¿Cómo podía ser que el palacio estuviese tan mal comunicado? ¿Por qué no había mejores calles? Ella era la princesa, ¿por qué tenía que someterse a tales bajezas? ¿Es que acaso tenía que hacer rodar cabezas? No, su padre no se lo permitiría, diría que es uno más de sus caprichos. Y así paso una hora. La princesa se dio cuenta de que se estaba haciendo tarde así que tenía que tomar una resolución.
El artesano, mientras tanto, a pesar de la negativa real, no había desistido a ayudar al amor de su vida. Si, la amaba; de todas las mujeres a las que había conocido, ella era la única que lo había hecho sentir de esa manera. No lo entendía y sabía que era imposible, pero aun así su corazón y su mente sabían que ella era y sería para siempre la única dueña de su amor. No la conocía, pero esa actitud, desde muchos puntos de vista estúpida, de querer cruzar el charco como sea, lo había cautivado. Sabía que si alguna vez tenía la oportunidad de llegar a conocerla, la adoraría, tal cual es, con todos sus defectos y con las muchas virtudes que debía tener.
Tenía que concentrarse, tenía que encontrar algo lo suficientemente largo como para que ella pudiera atravesar el charco. Pero no había nada, nada. Había utilizado todas las piezas de madera que tenía en su trabajo y no le quedaba ni una sola... hasta que la vio. La viga principal que sostenía el techo de su casa era lo suficientemente grande como para que ella pudiera caminar sin caerse y con la extensión suficiente como para atravesar el charco. En esos momentos se reprochó no tener una casa mayor porque la viga parecía incluso pequeña al lado de semejante charco (-como había llovido aquella noche!-).
Mientras la princesa se entretenía pensando en sus cosas, el artesano se aplicó a bajar la viga. Sabía que el techo se iba a venir abajo cuando la quitase, pero, ¿cuánto exactamente aguantaría? Hacia buen tiempo, quizás lo suficiente como para que la princesa no tuviese que presenciar tal catástrofe.
Así que antes de la hora el artesano había logrado no solo quitar la viga sino ingeniar un sistema provisional de soporte para que su techo no se viniera abajo. Era un verdadero genio, todos en el pueblo lo sabían, muchas de las mujeres solteras querían tenerlo como marido y algunas de las casadas se daban el lujo de coquetear con él, pero a él nunca le intereso eso, solo tenía ojos para su trabajo, era bueno en ello. La gente no le gustaba, bebían, comían como cerdos y creían ciegamente en un dios que solo les traía enfermedades e hijos ilegítimos. No le gustaba relacionarse con nadie. Pero ella, ella era diferente, lo sabía, quería conocerla, saber todo acerca de ella, pasar el resto de sus días adorándola. Pero no, no era posible, una dama como esa jamás osaría dirigirle a un ser como él mas de dos palabras, así que simplemente se remitió a sacar la viga de su casa y a colocarla de tal manera que atravesase el charco. Finalizada su labor, se dio media vuelta y volvió a su casa.
La princesa quedó perpleja. ¿Quién era ese ser humano tan inusual que había aparecido de repente y después de haberle tratado ella tan mal, se estaba comportando de una forma tan gentil? Lo miro con desprecio y le grito mientras se alejaba: - ¡no necesitaba su ayuda! ¡Podría haberlo hecho sola!-. Dicho eso, se dio media vuelta y atravesó el charco por encima de la viga. Su orgullo estaba herido, pero en el fondo se sentía muy agradecida con aquel extraño que se había comportado de una manera tan ejemplar. Podría tener eso que tanto quería, y todo gracias a él...
Llegó al mercado cuando todos ya se estaban yendo a sus casas. El vendedor de flores, que siempre le reservaba las mejores, creyendo que no iba a ir, ya las había vendido. Solo le quedaba un ramo de rosas. La princesa, al principio disgustada, rechazó estas flores, pero viendo que eran su única alternativa, se las llevó consigo.
Mientras recorría el camino de vuelta se preguntó si aquel artesano seguiría allí, si su viga seguiría allí. Definitivamente deseaba que la viga estuviese allí porque no tenía ninguna intención de mojarse, pero, ¿quería ver al artesano? No, claro que no, una dama como ella jamás se degradaría a tratar con un ser como ese. ¿O sí? No, definitivamente no. Cuando llegó al charco, la viga seguía allí pero no el artesano. Mentiría si dijese que su corazón no se entristeció un poco al ver que no estaba. Apartó ese sentimiento y se dijo, como persona racional que era: -por supuesto que quiero volver a ver a ese sin vergüenza, ¿cómo osa desobedecer mis órdenes y dirigirse hacia mi persona sin ninguna formalidad? Como lo vuelva a ver se llevara una buena reprimenda-. Sí, entre todos sus muchos defectos, la princesa era particularmente aficionada a reñir con las personas con las que se relacionaba, particularmente con aquellas a quien más apreciaba: su padre, su doncella, su hermana pequeña,...Era difícil y aun así, había algo en ella que hacía que todos la quisiesen, tal cual era. Esta era otra de las cuestiones sobre las que más se entretenía meditando, aunque nunca había encontrado un por qué.
Una vez atravesado el charco, unos metros más adelante vio una pequeña casa que tenía las puertas y las ventanas abiertas. Poseía una curiosidad morbosa así que no pudo resistirse a mirar hacia dentro, y allí estaba el artesano, que a su vez levanto la vista y la vio. Sus miradas se cruzaron por un segundo; solo un segundo fue necesario para que ambos lo supieran. El sonrió, se sentía el hombre más feliz de la tierra porque sabía que ella le estaba agradecido; ella se sintió profundamente afectada al ver que aquel hombre había podido penetrar en su alma como nadie lo había hecho antes, la había entendido. Al verse vulnerable, esos sentimientos se tornaron en furia, por lo que se dispuso a acercarse a aquella casa para poner al artesano en su sitio. Su doncella, que ya conocía sus mañas, la agarro de un brazo y la persuadió de que mejor lo dejase para mañana porque se estaba haciendo tarde y el cielo se estaba oscureciendo.
La princesa, razonable solo a veces, decidió que sería mejor arreglar este asunto mañana, una vez que hubiese aclarado sus ideas.
Aquella noche fue terrible, la tormenta fue aun peor que la de la noche anterior.
La princesa no podía dormir. No dejaba de pensar en aquel artesano. ¿Lo odiaba? ¿Lo amaba? ¿Quién era? ¿Por qué había actuado de esa manera? Era la primera vez que se sentía de aquella manera: vulnerable; adorada, pero no por ser princesa, sino por ser simplemente ella; confundida; triste; feliz; eufórica; agotada...Él la había hecho sentir por primera vez en su vida.
Pero ¿y su padre? el jamás lo aceptaría siendo tan solo un artesano. Además, ¿que podría hacer ella con aquel hombre? El parecía ser la persona más feliz del mundo, probablemente tendría ya alguien que lo quisiera, estaría satisfecho con su trabajo  e incluso con su vida. Ella era caprichosa, complicada, inconformista por naturaleza, desdichada por gusto, exigente y con una tendencia a la franqueza que rozaba lo brusco. Así era como se veía ella y así era como la iba a ver él, es más, seguro que ya lo sabía y solo la había ayudado para ahorrase una escena. Además, ¡cuán mal se había comportado con el! No era digna de un hombre sencillo, amable y feliz como aquel. Él jamás podría amarla. Era imposible, debía quitárselo de la cabeza, eso nunca iba a suceder, dos personas tan incompatibles jamás podrían ser felices juntos y menos que menos teniendo en cuenta que ella era de la realeza.
Dejaría de ir a comprar flores por un tiempo, de esa manera ya no tendría que volver a ver al artesano y lograría olvidarse de él. Sí, eso haría, se entretendría leyendo, yendo a esos bailes sociales que tanto detestaba y cultivando el jardín.
Finalmente, y después de dar muchas vueltas en la cama, se durmió.
Luego de ver a la princesa pasar, el artesano se sintió dichoso, sabía que ella volvería a por mas flores al día siguiente porque la había visto pasar, sin reparar en ella hasta ese momento, todos los días. Vio que llevaba un ramo de rosas en sus manos. Supuso que eran sus flores favoritas, así que en un pedazo de madera que tenía tallo un ramo de rosas para entregárselas como presente para disculparse por haber sido tan grosero esa mañana, y las pinto de violeta, el color de su vestido. -¿Rosas violetas? ¡Que locura!- Las dejo sobre su mesa de trabajo y se propuso hacer unas nuevas tan pronto como solucionase el problema de su techo. La vieja viga estaba empapada, ya no servía de nada, así que necesitaba algo urgente para sostener su techo porque sabía que este no iba a aguantar la tempestad que se avecinaba. Así que se adentró en un bosque cercano, que era donde sabía que iba a encontrar un buen árbol para talar y confeccionar una nueva viga provisional. Pero la tormenta fue más rápida que el...
Mientras tanto, la princesa ya dormida tuvo un sueño, un sueño que quedará entre Morfeo y ella…Al levantarse se dirigió muy decidida hacia su padre y le dijo:
- padre, amo a un artesano. Sé que no está a mi altura pero es digno de mí. Es el hombre más digno que he conocido en mi vida. El me hará feliz. Lo se.-
El rey, acostumbrado a las ridículas ocurrencias de su hija, la miro fijamente a los ojos. Ya no era la joven inmadura que creía conocer, algo había cambiado en ella. Así que simplemente dijo:
-hija mía, no hay nada más importante en este mundo para mí que tu felicidad, así que si quieres compartir tu vida con un artesano, que así sea-.
Evidentemente un ser excepcional como la princesa no podía mas que ser hija de un padre excepcional como el rey.
Su corazón pertenecía a ese hombre y estaba dispuesta a hacer por el lo que fuera necesario, incluso renunciar a su vida de lujos y a amainar su descontrolado carácter por él. Y su padre así lo entendió.
Salió esa mañana no a por sus flores, sino a por el amor de su vida, y todo lo que encontró fue una casa semi derruida. No lo podía creer. ¿Que había pasado? De repente lo entendió todo: la madera sobre la que había atravesado el charco era la viga que sostenía el techo...y la tormenta...No, no podía ser...Sintió que su vida de repente le era arrebatada, no podía respirar, quería llorar, gritar y morir allí donde había perecido la única persona a la que había amado. -Tranquilízate- se dijo. -Puede que no haya pasado la noche aquí-
Se apresuró a entrar en la casa y no vio a nadie. ¡El artesano no estaba allí! ¡Podría haberse salvado! El color volvió a sus mejillas y recuperó sus sentidos. No pasaba nada, seguro que él estaría bien. Miro alrededor a ver si encontraba algún indicio sobre el paradero del artesano pero todo lo que vio fue un ramo de rosas de madera, pintadas de violeta, su color favorito. Se echó a llorar. Pero sus lágrimas eran lágrimas de felicidad. Ese hombre hermoso la conocía como nadie, se había dado cuenta de que su color favorito era el violeta y había tallado esas rosas para ella.
Salió de lo que quedaba de la casa y se dirigió hacia el pueblo pero su paso se vio impedido por el charco, que gracias a la tempestad de la noche anterior era aun mayor y se había tragado la viga.
No le importaba, esta vez sin pensarlo dos veces atravesó el charco andando. El agua le llegaba a las rodillas y su vestido estaba completamente arruinado, pero le daba igual con tal de encontrar a su artesano.
Estaba empapada porque ese no fue el único charco que tuvo que franquear, recorrió así todo el pueblo pero nadie sabía nada del artesano. Ni rastro de él.
Empezó a preocuparse.
-Piensa- se dijo. -Es un hombre inteligente, con recursos, seguro que está refugiado en algún sitio. Seguro que está bien-
La princesa empezó a sentirse mal, hacia frio y ella estaba empapada. Volvió al palacio donde se secó y cambio de ropas pero ya era tarde...y ella lo sabía. Aun así, se prometió mejorar porque tenía que encontrarlo, tenía que decirle que lo amaba, que estaba agradecida por lo que había hecho por ella y que quería pasar el resto de sus días a su lado, si él la aceptaba.
Pero pasaron los días, las semanas, incluso meses y no se supo nada del artesano. La princesa cada vez empeoraba más y el invierno se acercaba...
Finalmente, un triste día de noviembre, la princesa dejo de luchar. ¿Qué sentido tenia esta vida si la única persona que había logrado que ella fuese mejor, que la había entendido, que la había hecho sentir amada, respetada y feliz como nunca se había sentido antes, ya no estaba allí y nunca podría decirle como se sentía?
Él era su vida y él ya no estaba.

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